El calor era abrasador. Llevaba horas sentada en la misma posición, con
el violín casi adherido a su hombro izquierdo y podía sentir cómo la
transpiración humedecía su remera y la pegaba contra la silla. Sus dedos y sus
manos estaban tan agarrotados que era muy probable que su interpretación sonara
forzada y sin modulación alguna.
Su madre le había dicho que Argentina era un país con temperaturas
mucho más altas a la de Alemania, pero ella siempre exageraba y Caroline no
solía tomar sus palabras muy a cuento. ¿Admitiría, aunque sólo fuera para ella
misma, en la comodidad de su interior, que su madre había estado en lo
correcto? Claro que no. No era costumbre suya dejar su orgullo de lado. Era
algo heredado de su Opa (o eso le había dicho su padre).
Sin poder evitarlo, miró a su compañera de la izquierda. Fue suficiente
con que cruzaran sus miradas para darse a entender mutuamente que ambas estaban
agotadas y deseosas de internarse en la prometedora frescura del hotel. Así era
siempre entre ellas. Hablaban a diario y sabían los secretos y deseos más
escondidos de la otra, pero, en situaciones similares a aquella, las palabras
sobraban y el entendimiento se producía sin más esfuerzo que una sonrisita o un
arqueo de las cejas.
Hanna era su compañera de departamento en Münich. Se conocieron en el
conservatorio cuando apenas tenían 10 años y congeniaron al instante. Caroline
era altanera y reservada pero Hanna había sabido acercarse a ella sin
espantarla y había descontracturado por completo la rígida vida de su amiga.
Siempre dispuesta a probar cosas nuevas, Hanna era una fuente inacabable de
historias y anécdotas que seducían a Caroline a adentrarse en el mundo que la
rodeaba.
-¡Caroline! ¡Encontré algo increíble!- le decía siempre, mientras
aplaudía con alegría.
-¿Qué es esta vez?- le preguntaba Caroline, con aparente indiferencia
pero con la interna conciencia de que la vida le deparaba otra nueva aventura
junto a su amiga.
La gira por Argentina había nacido de una conversación como esa. Hanna
estaba suscripta a varias revistas de música y en una de ellas había encontrado
un aviso para “jóvenes músicos que buscaran conocer el mundo”. Fiel a su
temperamento dinámico y segura de que Caroline aceptaría, mandó el curriculum
de ambas en secreto.
Una tarde particularmente fría, una carta con estampilla extranjera
apareció en el buzón. Sin poder contener un segundo más la sorpresa, Hanna leyó
la carta a los gritos y compartió con Caroline su secreto. Su compañera estaba
estupefacta y no era para menos: formar parte de una orquesta era uno de sus
mayores sueños. Sin poder encontrar las palabras correctas, Caroline abrazó a
su amiga con fuerza.
-Tengo un buen presentimiento acerca de este viaje- le susurró Hanna al
oído, mientras sus brazos la rodeaban-. Nos va a cambiar la vida por completo.
Ahora, luego de una jornada casi ininterrumpida de ensayos, era difícil
para ambas creer en aquellas palabras. El director era extremadamente exigente
y no parecía lograr que los músicos lo dejen satisfecho. No paraba de hacer
modificaciones a cada instante, interrumpiendo el curso de la música con sus
correcciones.
Caroline miró su reloj y recobró un poco el ánimo: sólo quedaban cinco
minutos de aquella tortura. Buscó nuevamente la mirada de Hanna y extendió su
mano, marcando 5.
-Vamos a tocar frente a personas importantes. No podemos fallar- decía
el director, en un confuso inglés. François Donaire tenía un marcado acento
francés y, a pesar de haber vivido muchos años en Londres, su manera de hablar
no había cambiado-. Vamos de nuevo, desde el comienzo.
Todos suspiraron irreflexivamente y se dispusieron a tocar pero ni bien
comenzaron, fueron interrumpidos por el mismo señor que los recibía por la
mañana. François dejó caer sus brazos, en señal de decepción y asintió. No
podían extenderse ni un minuto los viernes, cuando había función.
Los músicos comenzaron a levantarse con lentitud. Muchos sacudieron la
cabeza o se restregaron los ojos como si estuvieran saliendo de algún
misterioso sopor. Hanna estuvo lista en un instante pero aguardó que Caroline
guardara cuidadosamente su violín.
-Ese hombre necesita una tarde de masajes- murmuró en voz baja, cuando
su amiga se levantó-. Tal vez eso lo relaje.
-A mí me preocupa más la fecha del estreno- repuso Caroline, con
semblante serio-. Nos quedan pocos días y aún no escuché que nadie toque de
acuerdo a sus expectativas. ¿Qué espera? ¿Que toquemos como el mismo Verdi lo
imaginó?
-Todo va a salir bien, Caroline- los ojos de Hanna se dulcificaron al
decirlo y Caroline no pudo evitar creerle. Nadie podía rescatarla del pozo de
la desesperación como ella.
Las jóvenes se dirigieron a los camarines en silencio. El cansancio y
el agobiante clima estaba haciendo su efecto y la prisa por huir de aquel
incendiario teatro se acrecentaba. En la helada habitación donde estaban sus
cosas, las esperaba una sorpresa: sobre la mesa del lado izquierdo, junto a la
mochila de Caroline, había una carta y una flor blanca.
-Creo que alguien se ganó un admirador- dijo Hanna, codeándola.
Caroline ignoró la reacción de su amiga y tomó los regalos en silencio.
Estaba impresionada. Sabía perfectamente quién era el remitente pero estaba
gratamente sorprendida de encontrar la misiva, sencillamente porque no estaba
segura de que sus sentimientos hubieron sido correspondidos.
-¿No vas a leerla?
-Sí, la voy a leer. A solas.
-Me parece que me olvidé algo en la sala, entonces- dijo Hanna, con una
pícara sonrisa y dejó la habitación.
Apenas su amiga desapareció,
rompió el sobre. Era una pequeña postal del río que rodeaba la ciudad y tenía
unas pocas líneas escritas en el dorso:
“Caroline, me atrevo a invitarte a compartir una taza de café en el bar
del teatro. Te espero mañana a la salida del ensayo. Dein, Jorge.”
+++
Aún conservaba esa postal.
La guardaba junto a otras cartas y fotos que eran los únicos retazos que le
quedaban de su año en Argentina.
Intentaba no desperdiciar muchas
horas en la nostalgia y el recuerdo pero algunos días sus pensamientos la
llevaban a la pequeña cajita y a aquella postal. Cuando leyó aquellas líneas
por primera vez, se sintió profundamente halagada y esperanzada. Nunca se había
enamorado hasta ese momento y estaba convencida que se había cruzado con el
amor de su vida.
Hoy, con años de experiencia,
había comprendido lo ingenua que había sido. Como los jóvenes que eran en aquel
entonces, se habían dejado consumir por una pasión que, de haber sido pacientes
y sensatos, hubieran podido mantener y conservar. Pero el ardor los había unido
sólo un año. Un año que la marcó para siempre.
Desde que se fue, colmada de
tristeza, había evitado regresar a la Argentina. Había participado de un
concierto en Buenos Aires, a pesar de su reminiscencia pero la distancia entre
la capital y Rosario la habían protegido. Aún sabiendo que era improbable que
Jorge viajara a Buenos Aires sólo para ver una ópera, aquella noche subió al
escenario con el alma en vilo. Buscó algún rostro conocido entre el público
pero sólo se topó con desconocidos.
Normalmente, si alguien le
preguntaba, ella decía que el año en Argentina había sido un error y que no
extrañaba vivir en Rosario. Nadie, excepto Hanna, sabía de su romance, por lo
que le resultaba sencillo que le creyeran.
Sin embargo, algunas noches,
cuando Hanna y ella se juntaban a mirar películas o a cenar, no podía contener
el dolor que albergaba dentro de sí. Extrañaba aquellos tiempos, extrañaba la
orquesta, extrañaba a Jorge pero, sobre todo, la extrañaba a Ella.
Hanna era muy comprensiva y nunca
le había reprochado nada, pero no podía evitar pensar que en aquellos ojos
pardos había un dejo de desilusión. Y ella podía entenderlo porque ella misma
se sentía desilusionada.
Su vida había seguido después de
su vuelta a Münich y su carrera estaba en constante ascenso, aún luego de
tantos años, pero sentía que el transcurrir de los días no la emocionaba en
ningún sentido. Sólo Hanna y la música parecían valer la pena, y su rutina era
un círculo constante que nada parecía romper.
Muchos atardeceres, luego de los
ensayos o de su momento de composición, se había sentado en la sala de su casa,
con una taza de café en las manos, esperando que alguien llamara a su celular o
a su puerta, trayéndole un nuevo proyecto que pudiera finalmente emocionarla.
Pero, con el correr de los años y las decepciones, desistió y decidió colmarse
de trabajo, para evitar que la melancolía la invadiera.
Todas las noches llegaba exhausta
y se dirigía derecho a la cama, con la comida comprada, lista para mirar alguna
película tonta. El cansancio del día le evitaba ponerse a recordar pero también
la aislaba de sus amigos y familiares. Hacía meses que no veía a Hanna, aunque
ella la llamaba religiosamente, cada mañana.
Aquel día su teléfono no había
recibido más que llamadas laborales y, a pesar de que sus ojos casi se le
cerraban del sueño, decidió que era mejor llamar a su amiga y evitar una pelea.
Marcó su número y esperó. Pronto la voz de su amiga se escuchó del otro lado de
la línea:
-¡En buena hora llamaste,
Caroline!
-Lo sé, lo lamento. Debí llamarte
antes.
-¡No! ¡Llamaste en el momento
indicado!- la voz de su amiga denotaba un gran alegría y excitación-. Recibí
una propuesta que te va a gustar muchísimo.
El corazón de Caroline comenzó a
latir desesperadamente.
-Recibí una llamada de François,
Caroline. Quiere que formemos la vieja orquesta y que recorramos el mundo.
-¿François? ¿Estás segura? Creí
que se había retirado.
-No todavía. Está va a ser su
gira de despedida. ¡Y ya le confirmé que vamos a ir ambas!
Caroline enmudeció. Sabía que la
gira era la oportunidad que estaba esperando pero temía que tuvieran
consecuencias aún más nefastas que su antecesora.
-¿Caroline? ¿Estás ahí?
-Sí, Hanna. Sólo estoy un poco…
asustada.
-Y tenés todas las razones para
estarlo. Es una gira por Europa y América.
-¿América? ¿Eso incluye…?
-Sí, incluye Argentina. Y creo
que es hora que enfrentes tu miedo y vayas a buscar a tu hija. Ella merece
saber quién es su madre.
-No… No lo sé. Pasó tanto tiempo
que ya no…
-No voy a darte más opciones que
estas: o venís conmigo a la gira y asumís las consecuencias de tus decisiones,
o vas a quedarte sola. Yo guardé mi enojo durante mucho tiempo pero creo que ya
es suficiente. Vos elegís.
Hanna la ponía con la espada y la
pared. Ir a buscar a su hija implicaba reconocer y abrazar un pasado del cual
había intentado desprenderse durante mucho tiempo pero perder a Hanna implicaba
perder su presente y cualquier intento de futuro. No tenía otra opción.
-Armá tu valija, Hanna. Nos vamos
de gira.
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