Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 4 de agosto de 2013

2.01 - Johanna

Car ma vie ça commence avec toi.

(Dedicado a Layla Abella, por su maravillosa traducción)

El disco llevaba horas en repetición. Johanna había cantado La Vie en Rose al menos unas 10 veces mientras ordenaba el cuartito del patio. Las canciones de la Piaf se habían sucedido durante toda la tarde mientras ella ordenaba, sacudía y barría la pequeña -y aun así capaz de guardar infinidad de cachivaches- habitación.
Su imperioso deseo de ordenar aquel cuarto había surgido después de una conversación que había tenido con su padre la noche anterior:
(-Hoy escuché por la radio que viene una orquesta alemana muy prestigiosa- dijo su padre, mientras ella le servía puré-. Pensé que quizás podríamos ir.
-No pienso pisar un teatro en mucho tiempo, papá.
-¿Sabías que tu madre y yo nos conocimos en un teatro?
La joven lo miró, sorprendida. Él nunca hablaba de su madre excepto que su hija preguntara y cuando eso sucedía, sus respuestas eran escuetas. Permaneció en silencio, a la espera de conocer más valiosos detalles. Su padre desvió la mirada, en un evidente intento de dejar caer el tema pero Johanna persistió en su quietud hasta que él tuvo que hablar.
-Le gustaba mucho la ópera.
-¿Y vos fuiste porque...?
-Porque un amigo me había regalado una entrada. Él conocía al director y, bueno, me pidió que vaya con él.
-¿Y qué obra era?- inquirió la chica, sabiendo que ese milagroso momento de tanta información no se volvería a repetir en bastante tiempo.
-No recuerdo. No es mi género, la verdad.
Johanna bajó la mirada al plato, desilusionada. Por un instante había creído que tendría algo que compartir con su madre. Si supiera el nombre de la obra, podría tocar en el piano algunas partes y sería casi como estar allí, en el teatro en el que las vidas de sus padres se habían entrelazado. Tocar las mismas melodías que ellos habían escuchado era casi como volver a empezar, hacer el camino directo hacia sus orígenes y, sobre todo, hacia su madre.
-Creo que tengo guardado el folleto de esa noche, en el cuartito del fondo- susurró su padre, con una media sonrisa dibujada en el rostro-. Lo guardé como recuerdo.
La mirada de su hija se iluminó al instante:
-Mañana mismo voy a buscar hasta encontrarlo.
-Podrías ordenarlo, ya que estamos...)
Y allí estaba ella, sucia y transpirada, pero feliz de saber que entre las incontables cosas que había apiladas en esas cuatro paredes se escondía un pequeño retazo del gran tapiz que era su pasado.
La búsqueda la había llevado a encontrarse con cosas que creía perdidas: su primera partitura para el piano, una caja llena de sus juguetes preferidos, una foto de la infancia de su padre (que se apresuró a guardar antes de que él pudiera encontrarla) e incluso la correa de Wolfgang, su primer y único perro; pero el folleto que con tantas ansias quería tener entre sus manos, no aparecía.
La energía exuberante con la que había comenzado su tarea casi había desaparecido y, con ella la esperanza que había anidado en su pecho.
<<Creo que mi padre debe haber perdido ese folleto o simplemente lo usó de excusa para que limpiara el cuartito>>
Descorazonada, se sentó en el suelo frío y (ahora) limpio y procuró descansar por unos minutos antes de terminar de acomodar las últimas bolsas. Un acordeón dolido sonaba desde adentro de la casa, hablando sin palabras acerca de un París perdido y ella se preguntó si alguna vez podría componer una melodía que expresara con tanta veracidad y fuerza, el desgarro constante que significaba su pasado.
La voz imponente de Piaf la despertó de sus cavilaciones y su mirada se posó en unas hojas que no había visto antes. Estaban caídas detrás del organizador y parecían ajadas y maltratadas.
Con el corazón latiéndole desesperado, corrió a sacarlas y se encontró con unas partituras muy maltrechas. Estaban todas desordenadas e incluso muchas estaban escritas. Se tiró al piso para sacar las hojas restantes que estaban aprisionadas entre el metal de los estantes y la pared y encontró un cartón estropeado que había sido la tapa de ese cuaderno de partituras y que portaba un título en letras negras que decía “Aida. Una ópera de Giuseppe Verdi”.
Sin dudarlo, salió hecha un rayo hacia el interior de la casa. Apagó la música con el control y se sentó en la mesa de la cocina.
Le llevó al menos media hora ordenar las partituras y recomponer el libro maltrecho con cartones nuevos y un poco de cinta adhesiva, pero finalmente pudo sentarse a tocar en el piano.
Ensayó varias partes y muchas se le antojaron conocidas. Nunca había escuchado la ópera más que de nombre, pero las melodías fluían fácilmente de sus dedos, como si ya las hubiera tocado. Recorrió la obra entera varias veces y le surgió la extraña sensación de que algo estaba fuera de lugar. Revisó el libreto nuevamente y encontró que faltaba una hoja al comienzo.
Regresó al cuarto y rebuscó por todos lados pero no pudo encontrar la hoja faltante.
<<Es muy extraño. Casi pareciera como si mi padre hubiera intentado esconder este libreto. Además, él mismo me dijo que la ópera no era su género favorito. ¿Por qué tendría estas partituras?>>
Una hipótesis irrumpió en su cabeza pero no quiso dejarse llevar. No estaba de ánimo para otra desilusión; mejor sería directamente preguntarle a su padre antes de aventurarse en conjeturas vanas.
El reloj de la sala le avisó que eran las 8 de la noche y Johanna se apresuró a cerrar el cuartito y la puerta del patio. Su padre llegaría pronto y con él, las respuestas que necesitaba.
Cuando oyó el ruido de las llaves en la puerta principal, la cena y las preguntas para su padre ya estaban listas. Usaría la mejor táctica: una rica comida y la música de Aida de fondo. Su padre no podría resistirse a mencionar algo al respecto.
Sin embargo, tuvo que recurrir a toda su compostura para que los interrogantes no brotaran impulsivamente de sus labios. Su padre hablaba poco y ella temió que la música hubiera tenido el efecto contrario. Empero, su lógica finalmente se impuso y él pronunció las palabras mágicas.
-¿Aida, eh?
Ella sostuvo su silencio mientras servía el postre y finalmente contestó:
-Sí, estuve pensando en dar alguna clase de ópera en el colegio y me pareció más interesante familiarizarme con alguna que no conociera.
Su padre levantó la ceja izquierda y demoró el cruce de miradas con su hija.
-Encontraste las partituras, ¿verdad?
Tuvo que reprimir una sonrisa ante el éxito de su estrategia. La música había sido su aliada una vez más.
-Sí. Aunque falta una hoja.
-Se debió perder con el transcurso de los años- murmuró él, restándole importancia-. Era de mi amigo, el director que te comenté ayer. Tuve curiosidad y él me la prestó.
-Tu curiosidad duró mucho, parece. Digo: nunca se la devolviste.
Ambos soltaron una carcajada y él asintió.
-Me había olvidado que la tenía. Debería devolverla pero hace por lo menos 10 años que no lo veo a Rubén.
-Me alegraría mucho que no lo hicieras. Me gustó mucho y tengo planeado trabajarla.
Un brillo particular iluminó los ojos de su padre y Johanna presintió que la curiosidad de su padre por la ópera estaba profundamente relacionada con su madre y la noche en que se conocieron. Estaba a punto de lanzar la pregunta más importante cuando él zanjó el asunto:
-Estoy muy cansado- dijo, mientras se levantaba de la mesa-. Andá a acostarte, yo termino de juntar.
Ella entendió que necesitaba estar solo y se fue hacia su pieza, con las partituras bajo el brazo.
Se tiró sobre su cama y encendió el equipo de música; el disco de Edith Piaf que había escuchado durante todo el día volvió a comenzar.
Hojeó las partituras, intentando encontrar algún indicio pero sólo se topó con las letras en italiano y las anotaciones del amigo de su padre, por lo que dejó el librito en su mesa de luz.
El cansancio empezaba a expandirse por su cuerpo. Se acostó boca arriba y dejó que su mirada vagara por los estantes de su biblioteca mientras escuchaba los melancólicos compases de la música.
Tal vez nunca encontraría la conexión que buscaba; quizás había sido una ingenua al creer que tocar los 4 actos de Aida en el piano le darían alguna señal sobre el pasado que tanto anhelaba conocer. Al fin y cabo, el pasado jamás volvería y su madre tampoco.
Giró su cabeza para mirar la maltrecha tapa de la ópera y pensó que la vida no podía arreglarse con cartón y cinta adhesiva, por más que intentara. Ella no era un manojo de partituras que podía juntar y acomodar. Ella era una persona de carne y hueso, que cargaba con un dolor constante pero que sabía que era su elección vivir atada a un pasado que cada vez se hacía más pretérito, más lejano.
La rabia contra sí misma y su estupidez la dominó y tiró el cuaderno contra la pared. Se había ilusionado para encontrarse con un vacío difícil de controlar. Había alterado la segura monotonía de su vida para entregarse a la búsqueda de algo imposible, de una aguja en un pajar, de una cita en una inmensa biblioteca...
<<¡Biblioteca!>>
Ella había visto el sello de una biblioteca en la contratapa del libreto de Aída. Se levantó torpemente de la cama y tomó el ejemplar del suelo. Lo dio vuelta y, efectivamente, había un sello que decía “Biblioteca Argentina: Dr. Juan Álvarez”. Era la biblioteca que quedaba a dos cuadras de su casa y de dónde tanto su padre como ella solían sacar libros.
<<Qué extraño que el amigo de mi padre no haya tenido que devolverlo. Son muy estrictos con los préstamos>>
Repasó todas las hojas de nuevo y descubrió que el libreto había sido editado en el 2006. La ficha de la biblioteca debía haber sido arrancada porque había rastros de pegamento en la contratapa interior.
2006. La cifra disonaba en su cabeza. ¿Por qué le resultaba extraño?
-Debería devolverla pero hace por lo menos 10 años que no lo veo a Rubén.”
Su padre le había mentido. El libreto se había editado hacía sólo 7 años. ¿Cómo podría ser que Rubén se la hubiera prestado? Era posible que su padre se hubiera equivocado con las fechas, pero él era muy memorioso y el hecho de que el libro fuera de la Biblioteca Argentina le generaba aún más dudas.
Sintió una imperiosa necesidad de averiguar la verdad. Nuevamente el pasado se presentaba ante ella y le abría las puertas de una nueva búsqueda: iría a la Biblioteca a preguntar por el libro. Quizás ahora las respuestas no se le escurrirían entre las manos.
La desconocida sensación de ansiedad que se despertó en su pecho la sorprendió. Hacía tiempo que no experimentaba emoción alguna acerca de su futuro y era paradójico saber que sus ganas de vivir el futuro estaban relacionadas con su deseo de conocer su pasado. Era avanzar para recomponer lo avanzado; transcurrir para recordar.
Los primeros compases de Non, je ne regrette rien se escaparon de los parlantes del equipo y Johanna se preguntó si algún día ella podría dejar de arrepentirse. (Non, je ne regrette rien) Dejar de arrepentirse de haber confiado, de haber querido, de haber soñado. (Je me fous du passé) ¿Podría decir algún día “me río del pasado” cuando los lazos de lo vivido la tiraban hacia atrás constantemente? (Balayés mes amours avec leurs trémolos) ¿Se esfumarían los fantasmas de su pasado? Su madre nunca había sido un fantasma y ahora sentía que podría terminar el dibujo de su recuerdo. Pero, ¿alcanzaría eso para comenzar de nuevo, para repartir de cero? (Je repars à zéro).

Miró el libreto que tenía entre su manos; sería el puente entre su pasado cercano y presente lejano. Miró el libreto y pensó en su madre, la persona que le había traído al mundo. Miró el libreto y supo que, tal como hacía 25 años, su vida empezaba con ella.

1 comentario:

  1. Muy interesantes las historias de cada uno de los personajes que se presentan en la publicación anterior.

    Muy buena la idea de hacer referencia a la letra de la canción de Piaf, en este caso, ya que creo que este tipo de estrategias lleva al lector, no sólo a meterse en la historia en sí, sino que lo hace indagar e investigar más allá del relato propiamente dicho y le abre horizontes que quizás de otro modo no podría haber alcanzado.

    MUY ATRAPANTE LA HISTORIA DE JOHANNA A LA QUE HACE REFERENCIA ESTA PUBLICACION, quiero ya saber como sigue...

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