Abrí
mis ojos como dos grandes platos cuando vi lo que hacía. ¿Realmente
creía que no me daría cuenta? Era sumamente descuidada y hacía
demasiado ruido -al menos para un lugar donde reinaba el silencio-.
Me acerqué sin que notara mi presencia -la sorpresa era mi aliada y
sacaría ventaja de ella-. Mi deber era proteger a los libros y
cumpliría mi misión más allá de lo que ellos pensaran. Algunos
estúpidos adolescentes habían venido a la biblioteca porque a algún
estúpido profesor se le había ocurrido enviarlos a hacer un trabajo
allí. ¿No se daban cuenta del peligro que representaban para los
libros? ¿Yo era la única que los veía como la verdadera amenaza
que eran? Jóvenes inmaduros con sus manos llenas de grasa por
ingerir comida chatarra -y no lavárselas luego-.
Sus
rostros de desesperación sólo podían evidenciar que debían
entregar un trabajo al día siguiente y ninguno -¡había como 30 en
la sala de lectura!- lo había hecho aún. Se conocían entre ellos y
no dudaban en gritar de una mesa a la otra para “ayudarse”
-molestarse sería más apropiado-. Había sido un día agotador,
había retado demasiados niños y cuando parecía haber
logrado la paz en ese campo lleno de minas, ella había
cometido el peor de los crímenes.
Apoyé
una mano en su hombro y con la otra tomé el paquete de papitas
-grasientas y nocivas-. Su rostro se levantó y me miró con temor.
Era una niña y yo la autoridad, no tenía posibilidades de ganar ese
enfrentamiento.
-No
se puede comer en la biblioteca -apreté el paquete.
-Lo...
lo siento -murmuró por lo bajo.
-Que
sea la última vez -sentencié y me llevé las papas.
Salí
de la sala y me escabullí hasta el cuartito secreto. Rosa seguía en
el mostrador pero Elías aún no había abandonado el escondite.
-¡Hey!
¿Cuándo pensás salir? Necesitaba refuerzos allá afuera -le dije
mientras me servía un café y arrojaba las papas lejos.
-¿Estamos
en guerra y no me enteré? -bromeó sin apartar sus ojos del celular.
-¿No
viste al enemigo entrar hace media hora?
El
silencio respondió y comenzó a irritarme. Él nunca había sido de
los que se pasaban todo el día prendido a su celular pero al parecer
las cosas estaban cambiando.
-Elías...
Elías... ¡Elías!
-¿Qué...
qué pasa? -me miró.
-¡Te
estoy hablando y vos no soltás el teléfono!
-Perdoná,
estaba hablando con Carolina.
De
pronto noté lo que estaba pasando: me estaba cambiando por ella.
Antes escuchaba lo que tenía que decir sin ningún tipo de queja
-sin importar cuán tonto fuera mi pensamiento- pero en ese momento
me ignoraba. No quería eso... Él había sido por mucho tiempo el
único con quien había hablado y ahora... tenía mi reemplazo del
otro lado del celular. Mis ojos se abrieron en tristeza pero no podía
hacerle eso... Después de tanto, ¿estaba ocurriendo de verdad?
Después de tanto conocerse, ¿las cosas estaban funcionando entre
ellos? Todo marchaba perfectamente y podía sentir el amor en el
aire. No podía...
-¿Anda
todo bien? -pregunté, no quería sonar brusca pero tampoco
desinteresada.
-Sí,
estábamos arreglando para salir.
-Entonces
los dejo -sonreí con un dejo de rareza y le di la espalda para luego
voltear-. ¿Me podés reemplazar en la sala? Esos chicos me
desquician.
-Ya
voy -me guiñó un ojo y lo dejé solo.
No
me gustaba nada el lugar que comenzaba a ocupar en la vida de Elías
pero no podía hacer nada al respecto. Salí con mi café en mano y
me quedé en el mostrador junto a Rosa. El movimiento había sido
bastante escaso, a excepción de las crías de secundario.
-¿Cómo
se portan los niños? -sonrió irritablemente.
-Como
siempre, como monstruos -me quejé.
-Son
chicos, Emma, están aprendiendo a manejarse en la vida.
-Eso
no quita que sean un peligro.
-Todos
lo fuimos alguna vez -finalizó la conversación y yo no seguí
hablando, con ella no valía la pena hablar de esos temas.
Terminé
mi café y las
palabras se me
escaparon.
Él
se acercaba amenazantemente al mostrador, se dirigía a Rosa con una
malvada
sonrisa en sus labios y yo
no
tenía otra alternativa más que detenerlo -no había otra salida-.
Me le acerqué apenas pasó al viejo guardia y lo arrastré a un
rincón -mientras menos lo vieran por allí era mejor-.
-Pensé
que teníamos un acuerdo.
-Así
es -sonrió sabiendo que me tenía en su poder-. Vine por mis clases
de inglés.
-Ahora
no puedo, estoy trabajando -le escupí y antes de que pudiera
quejarse accedí a su capricho-. Te veo mañana a las 9 arriba.
-Tengo
escuela.
-Está
bien... A las 2, ¿te parece? -odiaba amoldarme a los horarios ajenos
pero era mi cabeza la que estaba en juego.
-Perfecto
-volvió a sonreír maliciosamente-. Te veo mañana, Emma.
Su
voz pronunciando mi nombre molestó a mis oídos. Ese estafador de
cuarta me tenía con una soga al cuello y yo no había hecho nada
para impedirlo. Lo había dejado sobornarme cambiando el silencio por
clases de inglés. ¡En qué inocente juego me había metido pero qué
cruel era sentir mi cabeza en riesgo!
¡Llegaba
tarde! ¡Habíamos pautado juntarnos a las 2 y ya había pasado media
hora! ¿Me lo hacía a propósito? ¿Me iba a hacer pagar caro mi
simple desliz? Ni siquiera sabía qué estaba dando en el colegio
pero había traído mis libros por las dudas. Confiaba plenamente en
mis anotaciones y sabía que las necesitaría pero... nunca había
dado clases, ¿cómo mierda iba a enseñarle a un adolescente inglés?
¿Por dónde empezaría? Mi ira pronto se transformó en
preocupación. Improvisaré
sobre la marcha,
pensé y decidí así hacerlo. Ese chico no sabía nada de mí y yo
podía fingir que sabía lo que hacía. Mi preocupación se convirtió
en bronca: le haría pagar la espera, mi tiempo era muy valioso como
para desperdiciarse así.
-Al
fin decidiste aparecer -sonreí maliciosamente, la balanza se había
inclinado a mi favor-. Llegué a pensar que no vendrías -mentí.
Tiró
una mochila en una silla y se desplomó en otra, lucía bastante
agotado -como si hubiera corrido hasta el lugar-.
-¿Comenzamos?
-pregunté.
-Comencemos,
Emma
-y volvió a sonar extraño.
-Mostrame
tus libros.
Sacó
unas fotocopias anilladas y me las alcanzó. Los libros y las
escuelas parecían no tener mucha relación; las copias se habían
adueñado de la educación de los niños y eso me inquietaba. El
contenido era el mismo pero la conexión era distinta. Los libros
tenían cuerpo y también debía apreciarse, tenían un aroma
que los caracterizaba y un alma propia que había que aprender
a conocer. Las copias, en cambio, eran estériles y perdían el
verdadero encanto de los textos.
Un
pequeño rotulado con una hiriente caligrafía rezaba: Martín
Verdi, 5º D T.M., Superior de Comercio. Pasé las
páginas con rapidez, no quería que notara el detalle en el cual yo
me había detenido; ambos compartíamos el mismo secundario, yo como
egresada y él como actual estudiante. Quizás lo conoce a Luca,
la frase cruzó mi mente y temí. Había demasiadas cercanías entre
nosotros, ¿cuántas más cosas podían llegar a unirnos? ¿Cuánto
más podía ocultar ese joven tan común a todos?
-¿Por
dónde empezamos? -preguntó y no dudé en dominar la situación.
-Copiá
estos cuadros -le arrojé mis anotaciones-. Es lo básico para
empezar.
Anotó
sin cuestionar mi autoridad y comencé a pensar qué haría a
continuación. Los pronombres personales y posesivos y la conjugación
de los verbos en simple past, present simple,
present continuous y future debían servir
para empezar pero aún debía resolver algo más: su nivel. Tenía
que saber con qué estaba lidiando, qué tan malo era. Busqué mis
libros y le di para responder las preguntas de la primera unidad,
aquellas clásicas y tontas preguntas sobre la propia vida: el nombre
completo, la edad, la vivienda, la familia, las mascotas, un recuerdo
y un futuro. Simple y claro, ¿cuán terrible podía ser?
-Creeme
que me sorprende que hayas llegado a quinto y no te la hayas llevado
-me molesté al leer las primeras respuestas, no sólo tenían
horrores ortográficos sino que estaban mal redactadas,
necesitaba ayuda y mucha.
-¿Qué
te hace pensar que nunca me la llevé?
-¿Te
la llevaste alguna vez?
-No.
-Entonces
llamate al silencio.
Continué
leyendo. Íbamos a tener que empezar de cero pero por lo menos tenía
algo. Comenzaríamos con las unidades -una por una- de sus copias y
las complementaríamos con mis textos. Teníamos mucho trabajo por
delante pero antes de que pudiéramos poner manos a la obra algo me
detuvo. La despreocupación con la que había venido el día anterior
había desaparecido y lucía tan indefenso y escurridizo. Por unos
instantes me hizo acordar a Tomi pero todo se desvaneció cuando
habló.
-¿No
deberías estar dándome clases, Emma? -otra vez esa irritante
voz.
-Mirá,
pendejo, yo puedo explicarte todo lo que quieras mil veces pero vos
sos el que tiene que poner la cabeza en funcionamiento -lo amedrenté.
-Parece
que voy a tener que ir a hablar con esa gordita tan simpática
-murmuró simulando irse, esperando que lo detuviera y, en vista de
las circunstancias, me vi obligada a hacerlo.
-No
es necesario que hagas eso -dije mientras con mi rostro dejaba bien
en claro que no le temía-. ¿Por qué no respondiste la última? ¿No
la entendiste?
-No
tengo nada en mente para mi futuro -explicó desplomándose en el
asiento.
-Lamento
decirte que esa no es una respuesta válida para un examen, algo
tenés que escribir así que a usar la imaginación -le sonreí, no
quería ser amable pero me sonaba duro escucharlo decir eso con 17
años de edad y quería suavizarlo.
-Está
bien, dame la hoja.
La
tomó de mi mano y me la devolvió: -What will you do in the
future? -Nothing. Lo miré con suspicacia; no era una
respuesta válida pero le reconocía haber escrito bien la palabra.
-Vamos
a tener que trabajar en eso -remarqué-. ¿Sabés cómo se ordenan
las palabras en una oración?
Esa
pregunta desembocó en todo lo que sucedió a continuación. No sabía
nada y se confundía constantemente el orden en las preguntas y en
las oraciones afirmativas y negativas. Tuve que explicarle los
pronombres y los tiempos verbales, casi como enseñarle a un niño a
hablar. Le dejé bien en claro que con el vocabulario yo no podía
hacer nada, ese debía ser su trabajo -debía memorizarlo si quería
aprobar-. Estuvimos dos horas trabajando con sus ejercicios y de
tarea le quedarían los míos.
-¿Necesitás
ayuda con el oral?
-No,
rindo escrito nada más.
Esa
respuesta me tranquilizó, no quería imaginar su pronunciación si
se equiparaba con su gramática. Suspiré algo cansada, ese chico
tenía problemas para incorporar el inglés a su vida y me
fastidiaba.
-¿Ves
alguna serie o escuchás música en inglés? -pregunté e incluso me
animé a añadir otro tópico- ¿Te gusta leer?
-Escucho
música, no lo que dicen y... si los comics cuentan, sí, me gusta
leer.
Algo
era algo y podía tratar de incentivarlo aunque claro, yo sólo podía
empujarlo, él debía hacer el resto.
-Quiero
que cuando escuches música trates de distinguir las palabras -le
pedí- y buscá los comics que leas en inglés.
-Yo
sólo quiero aprobar -se quejó.
-Entonces
te sugiero que hagas lo que te digo.
Se
incorporó y se sentó recto en la silla. Se puso tenso como un gato,
estaba incómodo y no tenía ganas de molestarme. ¿Por qué actuaba
tan extraño y cambiante? A veces asumía el control de la
situación y otras optaba por ignorar todo a su alrededor y
mantenerse indiferente al mundo que lo rodeaba.
-Ya
estamos por hoy, Emma -sí, lo hizo otra vez.
-Quiero
que hagas esto para la próxima, Martín -disfruté la
venganza y le di un writing para hacer.
-Ya
vamos a ver... -guardó todo desordenado en su mochila.
-Hacelo
-le ordené y se detuvo.
Me
daba la espalda y su semblante lucía tenso y luego relajado. ¿Qué
pasaba por su cabeza? ¿Qué le generaba tantos cambios de ánimos?
¿Qué ocultaba y no quería compartir con nadie?
-Si
vos no te ayudás nadie más va a poder hacerlo -le dije.
Sentí
que mis palabras se alejaban lentamente del contexto pero me
parecieron apropiadas y no dudé en enunciarlas. Al fin y al cabo la
vida era así.
-Te
veo la próxima semana, Em.
Se
marchó y pude sentir que la tensión desaparecía, ese “Em”
había quebrado el muro y nuestra relación recién comenzaba a
formarse. Guardé mis cosas y me marché, no trabajaba y debía
aprovechar el tiempo... para mí.
Pinté
un poco con mis viejos pinceles y manché mi camisa de trabajo.
Cuando era pequeña me quedaba demasiado grande pero ya con 20 años
se había amoldado a mi cuerpo y permitía que mis formas -no tan
voluptuosas pero tampoco invisibles- se lucieran de manera atractiva.
No logré terminar la pintura porque unos golpes en la puerta me
sorprendieron.
-Pasa,
Tomi -él era el único que accedía a mi cuarto si golpeaba la
puerta antes.
-No
soy Tomás.
La
puerta se abrió y mi padre me miró. Ni él ni mi madre habían
entrado allí por mucho tiempo, de hecho nunca aparecían por mi
habitación. Nuestra comunicación era casi nula y era innecesario
molestarnos en nuestros cuartos.
-¿Qué
necesitás? -dije con extrañeza mientras apagaba la música, siempre
pintaba con música.
-Quería
hablar -murmuró al cerrar la puerta y sentarse en la cama.
-Te
escucho.
Me
senté en la silla del escritorio y me crucé de brazos. Cuando yo
quería hablar él no tenía intención de hacerlo y, por primera
vez, él era quien ofrecía tener una conversación.
-Lamento
no haber sido un buen padre -comenzó- pero tenés que tener en mente
que no estaba en mis planes.
¿Por
qué tenía que escuchar eso?
-Vos
sólo apareciste, Tomás fue un intento de recuperar algo que nunca
existió y Mía fue un descuido de tu madre...
¿Cuánto
más quería herirme? Sabía muy bien cómo hacerlo.
-Te
hubieras hecho cargo igual pero se ve que te faltan huevos para
enfrentar la realidad -le escupí con furia-. ¿Querés que escuche
algo más o te parece que ya fue suficiente?
-No
tengo porqué escuchar esas cosas de mi propia hija -se enfadó.
-Vos
mismo lo dijiste, yo sólo aparecí y así fueron las cosas. ¿Algo
más? -no tenía intenciones de seguir hablando.
-Tu
madre se equivocó... -comenzó lentamente- y yo también... -respiró
profundo- La voy a dejar.
Discutían
todo el tiempo y no me sorprendía su comentario. El matrimonio de
mis padres pendía de un hilo desde que podía recordarlo y por una
razón que desconocía habían permanecido juntos. Quizás había
sido por nosotros... o por lo que los demás podrían pensar.
-¿Y
por qué me lo decís a mí si ella es quien tiene que oírlo? No me
metás en el medio de tu relación -ya había tenido suficiente con
sus juegos.
-Quería
que te encargaras de tus hermanos, que los cuidaras.
Y
de pronto atisbé una beta paterna en su ser. Al menos algo sentía
por esas tres criaturas a quienes les había dado la vida.
-Vos
fuiste la única que estuvo para ellos... siempre...
¿Ahora
me reconocía todo mi esfuerzo? ¿Su desinterés e indiferencia
absolutos debían compensarse por unas pocas palabras de aliento para
su hija mayor?
-Yo
sólo hice lo que vos no.
-Vos...
-se calló- siempre fuiste tan fuerte e independiente.
-¿Qué
otra opción tenía? ¡Para vos ni existía y mi madre se había
ganado mi desprecio! -las lágrimas de bronca cayeron de mis ojos-
Andá, dejala que yo me encargo de arreglar tus desastres.
-Sólo
quería que lo supieras...
-¿Sabés
qué fue lo que te faltó? Voluntad y decisión, algo que nunca vas a
tener.
-¡Basta,
Emma!
Se
marchó y me dejó allí, con más problemas de los que ya tenía.
Debería lidiar con dos hermanos menores que deberían superar un
divorcio a una edad tan joven. Mi tarea como hermana había aumentado
y no sabía qué ocurriría cuando la noticia se esparciera. Me
sentía mal por no estar triste ni impactada pero la verdad era que
nunca había sentido que fuéramos una verdadera familia y únicamente
había logrado conectarme con Mía y Tomás. Mis padres sólo ponían
el dinero para que viviéramos pero el amor no formaba parte de la
relación. Sin embargo, las palabras de mi padre eran difíciles de
creer. ¿Mi madre lo aceptaría? Lo dudaba... aunque suponía no
tenía otra opción. Debía reconocerlo, mi padre parecía decidido
pero era tan fácil disuadirlo de algo que había que ver hasta dónde
llegaba con su plan. Quizás me sorprendería... o quizás no.
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