Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 10 de noviembre de 2013

5.03 - Emma

Desperté con el sol acariciando mi rostro y una pequeña brisa entrando por mi ventana. Solía molestarme cuando la olvidaba abierta, puesto que despertaba resfriada y enferma, pero ese día todo relucía y una luz especial iluminaba mi cuarto. Mi cuerpo estaba relajado y mis músculos habían descansado lo justo y necesario en aquella cama que tantas noches de mierda había presenciado. Ese lunes el día me sonreía y podía sentirlo -estaba feliz-. Era como uno de esos días en que todo me salía a la perfección -el único en todo el año-. Me incorporé y me cambié; tenía un parcial y no podía esperar a sacármelo de encima. Estaba completamente segura de que me iría bien -¿cómo podía irme mal?- ya que había estudiado toda la semana y estaba preparada para hacer mi último esfuerzo y decirle adiós a Matemática I -al menos al cursado-. Aún debía enfrentarme al final pero confiaba en mí, nada podía fallar.
Me arreglé y desayuné mientras repasaba un poco, no debía confiarme demasiado porque me podía jugar en contra. Bien sabía yo que eso ya me había pasado y no iba a permitir que ocurriera de nuevo. Sonreí y observé a mi alrededor: la decoración de mi casa no era de mi agrado pero sí adoraba tenerla sólo para mí. Rendía a las 8 y mis padres ya se habían largado -habiendo dejado a mi hermano en el colegio y a Mía en lo de Estela-. Estaba absolutamente sola y eso me tranquilizaba, nadie me molestaría por los pocos minutos que allí permanecería. No discutiría antes de ir a cursar, no cambiaría pañales, no cocinaría el desayuno, no calentaría la mamadera, no me enojaría... Sólo respiraría en paz porque sabía que sólo yo habitaba la casa y que nadie podía molestar. Los problemas se alejaban y el silencio invadía la escena; en cada habitación sólo había paz. Volví a sonreír como una tonta y miré el reloj, debía marcharme para llegar a horario.
Lavé mi tasa, tomé mi mochila y giré la llave en la cerradura; estaba lista para enfrentar al mundo con una sonrisa en mi rostro. Sin embargo, un llanto me detuvo...

-¿No lo podés callar? -le pregunté a mi tía, odiaba oírlo llorar.
-Está enfermo, Em, ya se va a calmar.
Lo tomó en sus brazos y lo meció un poco mientras tarareaba una dulce melodía que yo adoraba puesto que solía cantármela cuando me sentía mal. Suspiré mientras ajustaba mi colita, quería jugar pero mi hermano acaparaba toda la atención de mi tía.
-Dejalo en la cuna y vamos a cantar -tironeé de su vestido.
Sus ojos me encontraron y sonrieron, vieron en mí a una niña que sólo buscaba divertirse y veía estropeado su momento por un bebé que, todos le decían, era su hermano.
-Hagamos algo, traeme la guitarra y cantamos acá, ¿te parece? -me guiñó un ojo y yo salí corriendo.
Traje la guitarra criolla y se la di. Tomás ya dormía en la cuna y ella me esperaba sentada en el piso, como siempre hacía. Tocó unos pocos acordes y me enseñó la letra de una nueva canción, ella era la autora y buscaba una opinión sobre su creación. Para cuando terminamos de cantar ya sabía qué tenía que decir.
-¡Me encanta! -reí sonoramente y Tomi me imitó.
-Parece que tu hermano se siente mejor.
Me asomé a la cuna y pude ver su rostro lleno de puntitos rojos. Estaba enfermo pero la música parecía haberlo aliviado.
-Tu canción lo curó -le dije, estaba convencida de los poderes sobrenaturales de las canciones de mi tía.
-No, fue tu voz -sonrió-. Los hermanos mayores cuidan y protegen a los pequeños, parece que vos descubriste cómo ayudarlo -acarició mi cabeza y desacomodó mi peinado.
-Yo lo voy a cuidar siempre -tomé su pequeña mano y le sonreí.

Mis ojos se abrieron cuanto pudieron y mi sonrisa se volvió una mueca de odio, ¿acaso la habían olvidado? ¿la había olvidado? ¿Cómo podían haberse olvidado de su hija? ¿por qué lo había hecho? El asqueroso ruido seguía de fondo mientras yo trataba de comprender qué estaba pasando. Mi padre dejaba a Tomás en la escuela y a Mía con una amiga -una mujer que no me agradaba-. Entonces ¿por qué la escuchaba llorar cuando debía estar en otro lugar?
Subí las escaleras apurada, no tenía tiempo para perder. Tomé un bolso y guardé lo que necesitaría para cuidar a Mía: pañales, una muda de ropa, la mamadera, una toalla y un juguete para que se entretuviera. Rió cuando la levantaba de la cuna y la vestía después de cambiarle el pañal. ¡No podían haberla olvidado, no tenían derecho a hacerlo ese día! Saqué el coche a la calle y caminé rápido hasta llegar a la facultad. Me encargué de que la beba no durmiera así lo hacía durante el parcial -no estaba dispuesta a desperdiciar mi tiempo de estudio-. Iba a rendir sin importar nada y ella no iba a impedírmelo. Mi día había empezado bien y no iba a terminar mal.
Entré al salón y, sin querer, azoté la puerta. Todos levantaron su cara para mirarme y la bronca comenzó a apoderarse de mi cuerpo. Caminé, con el coche adelante mío, hasta el final del salón -para mi suerte había un asiento libre-. Acomodé mis cosas en el banco y bajo la mirada de todos hice dormir a Mía; luego de tomar la mamadera no tardó mucho en desvanecerse. Algunos volvieron a preocuparse por sus exámenes pero otros siguieron observándome. Gracias a la política de la universidad no podían impedirme ingresar con mi hermana -dejaban que cualquiera entrara así que no podían negarme nada-. El profesor caminó hasta mi lugar y dejó el parcial en mi banco, no sin antes observar detenidamente a la criatura inmóvil que reposaba mi lado.
-Tienen tiempo hasta las 10 -resaltó el viejo dejando bien en claro que no habría excepciones.
-No necesito tanto, gracias -le sonreí con diversión.
Bajé mi rostro y me enfoqué en el papel. No estaba segura de lo que había dicho, eran las 8.30 y dudaba llegar a terminar todo antes de las 10 pero no soportaba que me presionara así. Era una de las mejores estudiantes y, al parecer, no podían perdonarme una tardanza ni una beba en el salón. Alejé todos los pensamientos que me desviaban de mi meta: aprobar Matemática I. Había terminado todos los ejercicios pero al revisar noté que había cometido un error. Miré el reloj: se me acababa el tiempo. Tachar, un número aquí, un número allá, una suma errada a corregir y todo marchaba bien... Me detuve, ¿se había movido?

Levanté mi rostro y dejé de leer. Me pareció que su mano se movió y tardé varios minutos antes de darme cuenta de que había sido mi imaginación o las estúpidas esperanzas que seguía manteniendo. No estaba en coma pero sí estaba muy mal. La quimioterapia arrasaba con todas sus fuerzas y moverse no era una tarea fácil para alguien en un estado tan débil.
-Disculpá, no quise interrumpir el relato -le dije al recordar cuánto le enfadaba que me detuviera cuando leía-. “...Era el bosque más silencioso que se pueda imaginar. No había pájaros, ni insectos, ni animales, y no soplaba el viento. Casi se podía sentir cómo crecían los árboles. El estanque del que acababa de salir no era el único. Había docenas de estanques, uno cada pocos metros hasta donde alcanzaban sus ojos, y creía percibir cómo los árboles absorbían el agua con sus raíces. Era un bosque lleno de vida y al intentar describirlo más tarde, Digory siempre decía: «Era un lugar apetitoso: tan apetitoso como un pastel de ciruelas»...
La miré de nuevo: seguía intacta y eterna. Su pálida piel y la ausencia de su cobrizo cabello decían más de lo que ella hubiera querido decir. Continué sin detenerme hasta finalizar el capítulo. Ese había sido uno de los primeros libros que me había regalado y el primero que habíamos leído juntas.

Volteé y la vi: sus grandes ojos estaban bien abiertos y me miraban expectantes, sus labios estaban separados, su lengua se asomaba divertida y estaba preparada para comenzar a balbucear. Vocalizó -sí, frente a todo mi clase- y muchas cabezas se movieron, incluyendo la de mi docente que, con ojos de hierro, había descubierto al origen de la molestia.
Me fastidié y me levanté. Guardé mis cosas como pude y, con el coche adelante, llegué hasta el gran escritorio. Dejé allí mi parcial y con asco miré a ese anciano que se creía tanto y valía tan poco.
-Esperemos que le haya ido bien -murmuró.
-Yo no espero, yo hago que las cosas pasen -respondí y me largué.
¿Acaso todo marcharía para la mierda ese día? Mi mañana había sido soleada y a medida que el tiempo pasaba todo se oscurecía. Me había ido mal, no podía negarlo, y, para empeorarlo todo, había tratado mal al docente del cual mi nota dependía. Mi gran bocaza se había entrometido y no tenía dudas: aprobar esa materia me costaría más de lo que pensaba.
-¿Es su hija? -susurraron a una mesa de distancia, ¿creían que no los escuchaba?
-Es obvio que sí, son iguales.
La miré: sus ojos eran más grandes que los míos aunque compartíamos el mismo color, su cabello era un poco más oscuro y los pequeños bucles lo poblaban, yo había tenido el mismo pelo de pequeña. No cabía duda, éramos muy parecidas e incluso nuestras sonrisas se asemejaban. Las habíamos sacado de nuestro padre y eso no me agradaba en absoluto.
-Tan joven y con un hijo... Eso es cagarse la vida.
-¿Tendrá un padre?
-Andá a saber, quizás fue una noche y le apareció el bombo. Con eso basta...
Respiré profundo y terminé de tomar mi café, había pedido uno bien cargado puesto que debía espabilarme. Jugué con el pequeño osito color verde -mi primer y único regalo- y Mía no tardó en llevárselo a la boca y babearlo, sonreí y se lo cambié por el chupete.
-¡Una cagada total! -siguieron murmurando entre ellos.
-Se arruinó la vida.
Eran unos idiotas y yo era consciente de que no valían la pena pero aún así me enfadaba el escuchar sus estupideces. ¿No tenían nada más importante para hablar? ¿Yo tenía que ser su tema principal? Ni siquiera me conocían pero me juzgaban como si fueran expertos, ¿acaso sus vidas eran tan miserables y aburridas que yo era lo único divertido sobre lo cual divagar?

Mi tía ya no tenía salida. Creían que no los escuchaba pero podía oírlos murmurar y conspirar. Decían que moriría pronto y ya no quedaba nada por hacer. Fui con mi tía, no quería oírlos porque no podían estar hablando en serio, ¡no podían dejarla morir! Tomé el libro y seguí leyendo, me faltaba poco para terminarlo.
-“...y la voz más profunda e impetuosa que había oído jamás empezó a decir: Narnia, Narnia, Narnia, despierta. Ama. Piensa. Habla. Sed Árboles Andantes. Sed Bestias Parlantes. Sed Aguas Divinas...”
Bajé el libro y lo apoyé en mi regazo. Lo sabía, ya lo sabía y aún me negaba a aceptarlo. Las lágrimas brotaron solas, no podía detenerlas y tampoco quería hacerlo. Quería dejarme llevar, liberarme por unos instantes de tanto dolor. La cabeza me dolía horrores y mi corazón daba fuertes golpes dentro de mi pecho, quería huir de allí y acabar con tanto sufrimiento. Mi tía me había abandonado...

-¡Basta! -grité y todos, incluso quienes atendían el bar, me miraron.
Había bloqueado demasiado, estaba harta de recordar. Me había forzado a no hacerlo, todo el día lo había hecho pero no había bastado. ¿Por qué tenía que soportarlo? ¡No quería revivir aquellos días! Había ignorado los recuerdos pero al parecer mi mente no jugaría mi juego, poco a poco quebraba el muro y rasgaba la piel.
-¡Ella no es mi hija! -me enfurecí y Mía se asustó, sus ojitos brillaron y supe que podía sentir la tensión en el ambiente.
Descargaría en ellos todo lo que dentro mío se estaba formando. Me acerqué a la mesa donde se debatía sobre mi vida y miré uno a uno a quienes participaban. Sus rostros se deformaron en pánico. ¿Tanto miedo generaba?
-¿Por qué no hablan sobre sus vidas en vez de meterse en la de los demás? ¿Por qué no preguntan en vez de pensar estupideces? Ella -la señalé y algo en mí se quebró- no es mi hija pero estaría orgullosa si lo fuera -su nariz se puso colorada y sus cejas se arquearon en señal de tristeza-. Voy a tener un hijo cuando yo quiera tenerlo -la alcé en mis brazos cuando el llanto comenzó-, no cuando la sociedad crea que es correcto.
La abracé contra mi cuerpo y arrojé el gran bolso al coche. Salí del bar dejando atrás rostros curiosos, divertidos, asustados e irritados -lo cual no me molestaba en lo más mínimo-. Aún tenía que cursar una materia pero no pasaría por lo mismo otra vez. Me encaminé hacia mi colegio: sólo había una persona que podía ayudarme y sabía que podía contar con ella... Me detuve en seco: mi tía me había abandonado...

-Estoy buscando a Luca Salvatore -le dije a la portera del Superior con temor a que me reconociera pero, al parecer, desconocía quién era.
-Tenés suerte, recién pasó a la sala de profesores -me señaló por dónde debía ir, claro que yo ya sabía dónde podía encontrarlo.
Acosté a Mía en el coche y la tapé con una frazadita de soles y lunas, estaba fresco para una beba tan pequeña. Por supuesto, cuando uno va por la vida con un bebé todos -absolutamente todos- los rostros te observan. Parecen ser juguetes que nadie se cansa de mirar y malcriar. Muchos miraron el coche y exclamaron el típico “ahh” que los niños siempre generan.
-Es una preciosura -dijo la portera-. ¿Cuánto tiempo tiene?
-Seis meses -respondí fríamente y entré, ignorándola por completo, por el pasillo que me conduciría a mi salvador.
No habíamos hablado desde el sábado pero confiaba en que la relación estuviera bien -o al menos no destruida-. En realidad no había motivos para que estuviéramos mal pero el no habernos comunicado en casi una semana después de nuestro encuentro me ponía algo histérica, ¿acaso seríamos amigos o sólo nos veríamos esporádicamente cada vez que se presentara la ocasión?
Me asomé por la puerta y vi a dos profesores que yo había tenido. Hablé mientras rogaba que no se dieran cuenta de quién era.
-¿Luca? -lo llamé por lo bajo y un joven profesor con camisa y pantalón negro se dio vuelta.
Llevaba una carpeta en sus manos y una corbata un tanto desajustada en su cuello. Debía haber estado trabajando desde temprano porque su aspecto lucía algo desprolijo -aunque no por eso menos atractivo-.
-¿Emma? -respondió con una sonrisa en sus finos y seductores labios.
-Necesito tu ayuda -exclamé tratando de sonar sincera, pedir favores no era habitual en mí y cuando lo hacía solía estropear el momento.
-¡Mirá esa ternurita! -dijo la mujer y se acercó al coche para verla más de cerca.
Era mi ex-profesora de historia con unas arrugas de más. ¿Tan desapercibida había pasado que no me recordaba?
-Es muy linda, Lu -añadió el otro profesor, el cual me había dado clases de física.
-Bella como la madre, no hay dudas -resaltó la vieja intentando ganarse mi simpatía, un intento estúpido.
-Y nada parecida al padre, ¿estás seguro que es tuya? -bromeó el hombre, mis ojos se abrieron cuanto pudieron y Luca lo notó.
-No es suya -respondí incómodo y molesta-. Tampoco es mía -enmudecieron sin saber qué decir-. Es mi hermana -expliqué antes de que se pusieran histéricos.
Se disculparon y se marcharon sin saludar. Veía cómo les importaban sus estudiantes, ninguno había visto en mí a una ex-alumna, ¿sólo había sido un número en la planilla? ¿Un número que debían completar con más números? ¿Un número que tenían que calificar sin importar la persona? ¿Había sido un número como cualquier otro? No me habían reconocido en lo más mínimo, al parecer les importaban una mierda sus estudiantes y sólo podía hacerme una pregunta: ¿para qué se habían dedicado a la docencia?
-¿Emma? -me llamó Lu.
-Disculpá -comencé- pero tengo que pedirte un favor -le confesé-. No sé si tenés que seguir trabajando pero pensé que si no estabas ocupado podías encargarte de Mía por una o dos horas, tengo que ir a cursar y ya hice un papelón.
-Tenés suerte, el curso que me tocaba se fue de excursión a la Bolsa de Comercio así que estoy libre hasta el mediodía.
-En mi época no nos llevaban de paseo a ningún lado.
-¿En tu época? -rió- Apenas hace dos años que te graduaste, sigue siendo tu época -me dedicó una sonrisa-. Las cosas cambiaron bastante.
Tomé a Mía y la sacudí suavemente, tenía que despertarla -era increíble la rapidez con que se dormía- para que conociera a Luca. Sus ojitos se abrieron y sus manos buscaron mi trenza, adoraba llevársela a la boca -en realidad adoraba llevarse todo a la boca-.
-Te quedan bien los niños -dijo y yo lo ignoré.
-Mía, él es Luca, te va a cuidar y yo voy a volver en un rato a buscarte -le dije a la beba y Lu la alzó.
No lloró ni hizo un berrinche, sólo se acomodó con la cabeza en el hombro de él y se durmió. La meció un poco y le tarareó una dulce melodía.
-A vos también te quedan bien los niños -me aventuré a decir y le provoqué una sonrisa.
Le dejé el bolso con todas las cosas de Mía y me marché.

La clase fue sumamente aburrida y para cuando llegó la hora de irnos pude ver cómo todos murmuraban sobre mí. Sabía perfectamente que lo que había hecho en el bar había sido esparcido por todo el lugar pero no tenía interés en averiguar si los rumores relataban la verdad. Había escuchado varias versiones pero ninguna que me molestase. Dejé que siguieran nadando en el aire y salí del salón.
-¡Emma! -un joven gritó en la lejanía, ¿cómo sabía mi nombre?
-¿Qué necesitás? -pregunté con crudeza, no sería el primero que me pedía algún ejercicio resuelto para los prácticos.
-Quería pedirte disculpas por lo que dijeron hoy mis compañeros -explicó y pude verlo, él había estado en esa mesa, él había sido uno de los protagonistas de la escena que había montado-. No tenían derecho a hablar así, ellos ni siquiera te conocen.
-¿Y vos sí? ¿Vos sí me conocés? -me le acerqué, teníamos la misma altura pero yo estaba mucho más erguida y podía asustar más.
-Cursamos el secundario juntos -respondió-. ¿No te acordás de mí?
Lo observé. La realidad era que nunca le había prestado atención a los varones de mi curso porque todos eran unos idiotas y no veía provechoso relacionarme con ellos.
-Soy Tobías -me informó al darse cuenta de que no tenía la menor idea de quién era-. Se ve que no fui un gran personaje en el colegio -bromeó y a mí no me generó gracia así que se puso serio al notarlo.
-Nos vemos por los pasillos entonces.
Me marché, sólo podía pensar en una cosa: buscar a Mía y llevarla a casa. Caminé rápido y entré al colegio sin siquiera saludar a la mujer de la entrada. Fui directo a la sala de profesores pero me detuve antes de entrar. Unas notas musicales llegaron a mis oídos y una melodía que conocía muy bien apuntó a mi corazón. Una suave voz cantaba y una chillona voz reía.
-Hola -saludé al abrir la puerta y Luca calló-. Es una hermosa canción -las lágrimas se agolparon en mis ojos pero no cayeron, todo estaba bajo control.
-When everything old is new again de Peter Allen. Tiene una bella melodía -respondió y se acercó, iba a abrazarme pero yo me adelanté y lo esquivé.
Tomé el coche y el bolso. Tenía que irme de ahí -tenía que huir-.
-¿Em, estás bien? -me miró preocupado.
-Estoy perfecta -sonreí con labios temblorosos.
Huí sin despedirme y sólo caminé. Paso tras paso, dejando todo detrás y sólo pensando en llegar a casa. Caminé decidida y esquivando todo obstáculo. Las lágrimas permanecieron en mis ojos y comenzaron a caer cuando puse a Mía en su cuna. Entré en mi pieza y cerré la puerta tras de mí. Podía sentir cómo todo me lastimaba, cómo mi entorno me dañaba y quería liberarme de todo.
Revisé el bolso de la beba buscando algunos papeles que había guardado allí en el apuro de largarme del parcial. Me topé con un papel dorado y una pequeña nota: Estuvimos paseando con Mía y descubrimos este hermoso disco. Que lo disfrutes y nos vemos pronto. Luca. Rompí el papel y vi a Peter Allen sonriéndome. Una de sus canciones había sido magia durante mi infancia y ahora me trasportaba tiempo atrás. Puse el disco y con su canción lloré... Lloré libre y sin presiones, lloré para sacar todo fuera y decir ¡basta!
Cuando las cosas marchan mal, uno descubre que por lo general acostumbran a ir de mal en peor, pero cuando las cosas por fin empiezan a ir bien, a menudo mejoran y mejoran sin parar.”
Las Crónicas de Narnia: El Sobrino del Mago” de C. S. Lewis

No hay comentarios:

Publicar un comentario