Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 1 de diciembre de 2013

6.02 - Martín

La Vita Strangiato — The Ghost of Aragon”

 

Hirvió el agua y Fernando comandó que Teresa le alcanzara la sal en un tono tan autoritario que General hubiera creído que aquel era su efectivo dueño. Desde la mesa del comedor, Martín le indicó en cuál alacena buscar mientras ojeaba las fotocopias que habían hecho en la Biblioteca Argentina y marcaba las páginas en un bloc de notas en la notebook. Llevaba más de diez minutos trabajando solo —tal y como hubiera hecho si Pozzini no le hubiera asignado acompañantes terapéuticos—, pero al menos tenía quien le cocinara. Bajo la pretensión de cenar a las nueve, su compañero había bajado la tapa de su computadora y abandonado la mesa de trabajo hacia las ocho y media pasadas. La chica lo había seguido unos minutos después, arrastrando los pies y bostezando, satisfecha. Martín confiaba en que entre los dos pudieran hacer unos fideos con salsa decentes y ella en que él no adelantara demasiado.

Al living comedor llegaban una serie de risas e insultos, largo tiempo ausentes. No era el elenco usual, pero los sustitutos eran bastante buenos. Era jueves por la noche —día de casino— y la casa estaba vacía. La entrega del avance definitivo era al día siguiente y no iban a tener demasiados beneficios por haber sido el último grupo en formarse —incluso habiendo sido en contra de la voluntad del único miembro original. El tema seguía siendo el mismo: ópera. Sus nuevos compañeros no lo habían objetado, ya fuera por temor a (tere) ofenderlo o por (ferrr) falta de imaginación. Hacían mención de una serie de compositores y sus respectivos opus, comparando los diferentes tipos entre sí y explicando los recursos de los que se valían. Se habían enfocado en Aida y, tras conceptualizar porqué —al tener sólo cuatro miserables actos— no se la podía considerar exactamente como una grand opera, habían usado fragmentos de las letras para explicar lo que era un contrapunto.

—Cuando muchas personas gritan cosas sin relación al mismo tiempo —lo había definido Fernando con una expresión de seriedad que a Martín le recordó a Cito, llegando incluso a cruzarse de brazos como cuando su amigo buscaba exagerar la solemnidad de sus sentencias.

—“Se trata de un recurso consistente en la enunciación simultánea de una serie de…” —Teresa se detuvo a mitad de su traducción, buscando la palabra adecuada. —¿”… proferencias”?

—Wikipedia —sugirió Martín, y la chica frunció el ceño. —“… enunciación simultánea de versos independientes, generalmente aparecidos con antelación,…”

—“… generalmente previamente aparecidos…” —lo corrigió Fernando, esta vez en un tono efectivamente serio, inclinándose sobre la computadora de Teresa y apoyando una mano en su hombro.

—“… por lo general de previa aparición —sentenció la chica a medida que mecanografiaba—, por parte de más de un personaje”.

—¿No sería un “cantante”? —preguntó Martín.

—¿”Intérprete”?

—Dudo que existiera ese término en el 1800, Fer —dijo Teresa con suave firmeza, preparándose para defender su punto. —Son personajes. Estamos en el contexto de una obra en papel, no hay gente de verdad cantando todavía, sean lo que sean —Dejó de mirar a sus compañeros y, tomando en sus manos unas copias de Ritorna vincitor, se explicó: —En las partituras de las óperas sólo hay personajes, personas de una ficción aún inmaterial, vislumbradas a través y más allá de la letra escrita —deslizó sus dedos a través del papel, en un gesto que Martín condenó de (asquerosa dulcemente) dramático—, esta vez encarceladas detrás de un pentagrama.

—Profundo, mujer —replicó Fer, dándole una palmadita en el hombro y regresándola a la realidad de la pantalla.

Personajes entonces —la chica que cinco minutos más tarde se dispondría a buscar la manteca se sonrió al apretar enter.

 

 

 

Tenía que concederle a Fernando que era un excelente cocinero. Claro que aquel juicio tan poco parcial provenía de alguien que no sabía hacerse siquiera un par de salchichas. El chico, negándose a usar salsa prefabricada, los había obligado a perder al menos quince minutos de más en el supermercado buscando verdura fresca y una botella de aceite de oliva de una marca (particularmente) específica. El resultado habían sido unos tallarines al pesto que los tres habían repetido y General, a fuerza de violentas insistencias —y llegando a amenazar a Teresa con bufidos y amagos de zarpazos—, había logrado probar.

Hacia las nueve y media, Martín lavaba los platos que la chica le iba apilando junto a la pileta mientras Fer dejaba que el gato jugueteara con el auricular que colgaba de su expansor.

—Te va a arrancar la oreja —le había advertido el dueño de casa, a lo que ambos habían replicado con sendos gestos burlones.

Efectivamente, General había saltado y, errando a la cabeza del auricular que el chico hacía oscilar en un movimiento pendular, le había mordido el lóbulo y parte del expansor. Ambos gritaron y Teresa, desternillándose de la risa ante los chillidos histéricos de Fernando, tuvo que sentarse para no caer al suelo. Sujetándose el abdomen hinchado por la comida, se pasó por la cara, hirviente de tanto reír, el trapo húmedo con el que hasta entonces había estado limpiando la mesa. Martín, asomándose a la puerta, formó con los labios un sonriente “te lo dije” y volvió a la cocina.

Antes de que llegasen las diez menos cuarto, los tres volvían a estar a la mesa con sus computadoras, tecleando diferentes partes y consultándose entre ellos por palabras, frases, o planteos en general. Fluía una muy eficaz y natural división de trabajo. Jamás hubiese supuesto que los tres, siendo tan diferentes y distantes en el mapa áulico, fuesen a funcionar tan bien. Claro que ya no estaban a más de un vaso de gaseosa de distancia.

Martín observaba un cambio actitudinal en sus compañeros, consecuente al de hábitat. Teresa siempre le había parecido un peón más en el juego de Amanda, una voz indiferenciada dentro de una masa uniforme —cuya tesitura, debido a lo agudo, pretensioso, fluido y veloz de su capacidad de cháchara, era la de unas muy irritantes sopranos de coloratura—, pero de repente se encontraba frente a una chica de mente independiente y completamente desafiante, decidida a imponer su voluntad y no dejarse avasallar —y siempre con una mordaz e irreprochable gentileza. Todo lo que no podía ser ante su lideresa, lo exponía allí. Era una chica (next emma door) normal. Fernando, por su parte, parecía perdido. Había descubierto que el chico que se sentaba al fondo del salón, con sus bermudas de jean deshilachadas y su campera de cuero echada sobre la musculosa abierta hasta más allá de la cintura, en un eterno juego con el auricular y el expansor, era tan vulnerable como el insoportable de Bruno. Era agradablemente gracioso, quizá un poco agresivo a veces, pero Martín dedujo que aquello se debía a que no estaba acostumbrado a no tener una autoridad a la que desafiar. Por lo pronto, lo que más le importaba era que siguiera cocinándole —y trabajando, claro.

Terminó de pasar el artículo sobre Verdi del libro que Emma le había entregado el día en que toda la locura había comenzado y se preguntó si algo de él no habría cambiado también. Desde luego, aunque fuera en contra de su voluntad, estaba socializando —eso era un logro. Hasta hacía una semana, no recordaba haberle dirigido a las personas junto a él más de doce palabras en lo que iba de sus seis años de secundaria juntos. Hizo la fotocopia a un lado y volvió a su mente la imagen de la bibliotecaria. Que leyera las letras de su música, le había dicho. De acuerdo a la parte de la investigación que aún quedaba por volcar para el informe final —con su fecha de entrega afortunadamente lejana en el tiempo—, el énfasis de las canciones en los musicales estaba, justamente, en las letras. Y Cito tenía cincuenta y siete carpetas con grabaciones, letras, libretos completos, videos, programas y fotografías de comedias musicales. Tenía material de sobra, pero ni la más mínima voluntad de acercársele. No había escuchado más que uno, algo que, según había deducido por el título, debía tratarse de gatos o algo similar —y había tenido que sacarlo antes de que terminase la segunda canción; era eso o vomitar por los oídos. Había intentando sentarse a escuchar Tommy con el libreto que había encontrado en su carpeta, pero no acababa de entender a cuál de las tres versiones diferentes correspondía. Y, desde luego, hubiera sido muy difícil que entendiese algo en inglés.

---ey !

Llevaba abierto y olvidado el Facebook, con lo cual no llegó a oír el primer pitido. Estaba muy concentrado y Teresa, no dispuesta a escuchar rock progresivo —gritos sobre más ruido, lo había definido— ni a descubrir qué era lo que pendía del expansor de Fernando, había encendido la radio. Se habían decidido por la 93.1, una estación de clásicos, y Killing Me Softly los adormecía con suavidad. El dedo de Martín giró en un lugar equivocado y el mousepad de la notebook le cerró la ventana del Word. Antes de que tuviera tiempo de soltar un insulto, interceptando y sofocando la idea, vio la ventana de chat.

---como va ? :P ---insistió Celeste Stolz.

Le había aceptado la solicitud. Tenía aún cinco notificaciones por ver —todo un récord—, bien podía estar allí la confirmación. Pero no sólo se la había aceptado: le estaba hablando. Los dedos comenzaron a temblarle con nerviosismo.

---heeey! todo en orden ---hizo una pausa, recordándose que la había visto sólo dos veces y que era virtualmente imposible que el galope desbocado de su corazón  se debiera a que--- vos? ---le gustara.

---tranqi, no me volvieron a atropellar :P ---Teresa se inclinó, imperceptiblemente, sobre la computadora de Martín. ---che, como me encontraste ? xD

La cara del chico se tiñó de un tono de rojo sobrenaturalmente pálido. El alma le cayó a los pies. ¿Sabía que se había metido en la sesión de Cito? La idea se le antojaba ridícula, pero si una (Kev Steller) persona lo había visto, bien podía haberlo hecho otra más también.

---aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahh ! ---Celeste interrumpió su ilación de pensamiento. ---te pusiste a buscarme entre los amigos de Juan, no ? ---Martín respiró tranquilo. Para entonces Teresa ya casi estaba con la cabeza apoyada en su hombro. ---yo todavía no volvi a ver su perfil, lo tuve q bloqear.

---exacto ---respondió el chico crípticamente. No tenía la menor idea de cómo seguir con la conversación. --- estuve jugando al tetris :P

---jajaja nah no me digas q en serio te lo pusiste a jugar! ---casi pudo oír en su cabeza la risa de Celeste, melodiosa y casi demasiado violenta como para ser natural. ---funciona lo de los flashbaks ?

Martín hizo memoria. ¿Pasaba algún día en que no pensara en su amigo? Dudosamente. No obstante, no había flashbacks del incidente en cuestión —más bien brillaban por su ausencia, cegando su razón cada tanto, como le había ocurrido la vez que había entrado en un estado catatónico la semana anterior.

---supongo q si :P

Pasaron cinco minutos de silencio de conversación en los que sólo se marcó el visto de la chica hasta que Fer, que se había sumado como espectador, le dio unas palmaditas en el hombro y le hizo un gesto lastimero. Teresa le dirigió una mueca similar y los tres volvieron a trabajar. Se acercaban las once y la jornada siguiente iniciaba a las ocho de la mañana. Por la radio pasaron un especial de ABBA una hora que sus compañeros tararearon y acompañaron en los estribillos. Martín se mantuvo en sepulcral silencio, abstraído en su trabajo. Con la misma fugacidad con la que había aparecido, el sentimiento se desvaneció. Celeste se retrotrajo al profundo pozo de su mente, ya saldría cuando fuera necesario.

Llegaron las once y media y, con un bostezo, Fernando anunció que partía y Teresa, mientras se ponía el abrigo, se propuso para imprimir el trabajo. Martín prometió comprar la carpeta y General los escoltó hasta la puerta, metiéndose entre sus piernas. Llegaron los taxis y la casa volvió a sumirse en silencio. No podía soportar otro minuto más de ABBA. Era demasiado asquerosamente alegre para él. Se le pegoteaba como melaza en los oídos. Enchufó el celular al equipo y By-Tor and the Snow Dog comenzó a retumbar por las paredes. Lo único que realmente había escuchado de lo que había robado de la computadora de Cito eran un disco o dos de Rush. Eran refrescantes y a veces no tan gritados. No recordaba los nombres, pero tenían canciones largas, y eso era bueno. Eran masas indistinguibles que no tenía sentido analizar.

Cerró el Word y volvió a aparecer la pantalla de Facebook. Martín dejó de respirar por unos segundos.

---ey ! perdon q me colgue, estaba con unas cosas de la forza

>>che, esto te va a sonar medio como de la nada, pero creo q ya habiendonos encontrado en un velorio, chocado en la calle y considerando q tmb nos encontramos en face, no puedo no invitarte ! :P

>>el sabado a la noche nos encontramos con unos chicos de comedias en casa. es algo tranca, nos juntamos a comer pizza y recordarlo un poco a juan. muchos no pudieron ir al velorio y a algunos nos parecio q podíamos hacer algo especial por el, se lo merece.

>>en fin, tipo nueve es la idea. avisame si caes para comer y todo y te paso la dire ! :) un abrazo y no sigas atropellando gente x la vida ! xD


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